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Archive for the ‘Historia’ Category

Valle del BaztánEn estas tierras en las que todo tiene un fuerte simbolismo y altas dosis de carga política, un nombre es más que importante, especialmente para la izquierda abertzale. Un nombre tiene que recoger toda la carga simbólica de la historia, de un pasado mítico y glorioso y de un presente de lucha y reivindicación contra viento y marea. En la Izquierda Abertzale un nombre tiene que transmitir mucho, de modo que ya casi todo quede dicho y no haga falta preparar un programa político, ni un mensaje para la ciudadanía.

Herri Batasuna, Euskal Herritarrok, Sortu, Bildu y otros tantos nombres han querido condensar todo un relato de lo que ha sido, lo que es y lo que será la histórica lucha del pueblo vasco. El nombre elegido en cada caso ha podido tener más o menos éxito, pero la idea es siempre la misma: apelar a los símbolos del pasado para pulsar las emociones y convertir ese pasado en presente, entendiendo que todo es un continuo y que la batalla política actual no es sino un capítulo más de la lucha del pueblo vasco por su independencia. Desde que la memoria se pierde en la niebla de los siglos ha habido héroes del pueblo vasco que han defendido su independencia: en la antigüedad frente a la invasión romana, a lo largo de la Edad Media, frente a la conquista castellana, en las carlistadas, la guerra civil, el franquismo y la democracia. La verdad es que los conflictos en cada período histórico tuvieron significados y realidades diferentes, pero poco importa esto a la hora de construir el mito, de inventar la tradición para que todo tenga sentido en el discurso político.

El nuevo nombre con el que la izquierda abertzale se presentará a las elecciones será Amaiur. El nombre mira otra vez al pasado, a la batalla de unos pocos navarros frente a las tropas castellanas, en el castillo de esta localidad baztanesa. En este sentido, dentro del discurso esencialista abertzale, Amaiur representa el independentismo (vasco), el valor guerrero de quienes llegaron hasta el final defendiendo la independencia del Reino de Navarra, entendido como Estado vasco, en este caso. Visto así, el nombre podría parecer oportuno.

Sin embargo, Amaiur representa también algo más: el esfuerzo de unos vascos (guipuzcoanos y vizcaínos) en la conquista de Navarra, al servicio de Castilla. Como es sabido, la mayor parte de las tropas castellanas que se enfrentaron a los navarros en Amaiur estaba integrada por guipuzcoanos y vizcaínos. En este sentido, Amaiur simboliza también el «imperialismo» (utilizando terminología y anacronismos tan típicos de la izquierda abertzale) vasco en su esfuerzo por conquistar a Navarra.

No sé si el consciente, el subconsciente o el inconsciente de la izquierda abertzale les ha jugado una mala pasada en esta ocasión. Su intento por utilizar un nombre navarro como forma de llegar a los corazoncitos de los súbditos (no ciudadanos) del viejo Reino no ha hecho sino poner en evidencia cuál es su visión de Navarra. Porque yo me pregunto, cuando pensemos en Amaiur, en cómo han actuado con EA y Aralar en su frustrado intento por acabar con NaBai y en su nulo respeto a Navarra como sujeto, ¿no estamos viendo a aquellos guipuzcoanos y vizcaínos que ya participaron en 1521 en la conquista de Navarra?

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Por Álvaro Baraibar, Fernando Mikelarena, Gregorio Monreal y Peio Monteano, publicado en Diario de Noticias de Navarra
[http://www.noticiasdenavarra.es/2011/08/27/opinion/tribuna-abierta/recuperar-navarra] 

EL discurso abertzale y vasquista en Navarra ha estado marcado en los últimos decenios por un llamativo abandono de elementos muy arraigados en el imaginario colectivo navarro. Desde los años de la transición a la democracia, en el proceso de concreción del Estado de las autonomías, las formaciones aber-tzales han interpretado, en cierta medida, que el fortalecimiento de lo navarro implicaba necesariamente un debilitamiento de las aspiraciones nacionalistas de cara a constituir un sujeto político común a las cuatro provincias. Si bien esta fórmula en virtud de la cual más Navarra era igual a menos Euskadi pudo tener tal vez su razón de ser a finales de los años setenta y principios de los ochenta, en el marco de los debates en torno a los Estatutos de autonomía, no parece que en pleno siglo XXI, con 30 años de andadura del Amejoramiento y del Estatuto de Gernika, esta correlación tenga la misma fuerza.

Durante todos estos años, el interés del abertzalismo se ha centrado en rescatar o construir imágenes identitarias netamente vascas que pudieran ser enarboladas frente a los símbolos de la navarridad oficial. El proceso de identificación de algunos de dichos elementos con una imagen esencialista de España durante el franquismo, unido al antivasquismo de determinadas formaciones políticas, han colmado de razones a quienes han defendido esta estrategia política y discursiva. El nacionalismo ha renunciado en cierta medida a debatir sobre las lecturas e interpretaciones que se han hecho desde el antivasquismo al respecto de qué era y qué significaba ser navarro y sobre cuáles eran las señas de identidad de la navarridad, llevando el debate, en algunos casos, o permitiendo que se llevara, en otros, a un enfrentamiento entre identidades contrapuestas.

Nunca han faltado argumentos para alejarse de lo que oficialmente se ha identificado como lo navarro debido a que quienes se han erigido como intérpretes de la navarridad han centrado su labor en construir Navarra frente a Euskadi, en oposición y negación de lo vasco. Sin embargo, ese proceso de monopolización de la identidad de Navarra por parte de determinadas formaciones políticas ha sido posible precisamente por la decisión del vasquismo y el abertzalismo de reivindicar Navarra desde una lógica y una dinámica propias, en muchos casos, de la Comunidad Autónoma Vasca. Esto ha sido así también (y se podría decir que especialmente) cuando se ha pretendido cambiar la mirada hacia una supuesta centralidad navarra, afirmando que la solución no estaba en que los navarros tomáramos conciencia de nuestra identidad de vascos sino en que los alaveses, guipuzcoanos y vizcaínos comprendieran que son, en realidad, navarros.

Desde la transición a la democracia, el discurso y la acción política del abertzalismo y el vasquismo en Navarra se han llevado a cabo desde ópticas más centradas en Bizkaia, en un caso, y en Gipuzkoa, en otros. Ni tan siquiera el origen y componente netamente navarro de dos formaciones políticas que han liderado durante los últimos decenios el espacio abertzale en Navarra como EA y Aralar han conseguido frenar este hecho en la práctica, por mucho que sobre el papel haya habido avances importantes en cuanto al reconocimiento de la especificidad navarra.

Es evidente que el proceso de institucionalización de Navarra durante la Transición tiene importantes déficits de fondo y forma. La exclusión en las negociaciones de las fuerzas políticas ajenas al consenso navarrista, por un lado, y el esencialismo que se esconde en el hecho de que el Amejoramiento no se sometiera a referéndum, por otro, no son cuestiones menores. El proceso de aprobación del Amejoramiento evidencia cómo ciertos sectores políticos navarros creen que la identidad queda fuera del ámbito de lo político, de la opinión, y lo llevan al mundo de las esencias, de lo inmutable, de lo que no es opinable ni se puede someter a un referéndum. Sin embargo, no es menos cierto que el Amejoramiento garantiza también el respeto de la foralidad navarra por parte del Estado y que esa foralidad no es o no tiene que ser necesariamente la que afirma ese antivasquismo, vestido de navarrismo.

Si queremos avanzar no podemos seguir cometiendo el mismo error que achacamos a otros. No podemos negar la realidad y excluir de nuestra idea de la navarridad aquellos elementos que también la conforman y de los que se ha apropiado el llamado navarrismo. Llevemos el debate sobre la navarridad a claves democráticas de respeto a la voluntad de la ciudadanía navarra y saquémoslo de una estéril espiral de negaciones que a lo único a lo que lleva es a mantener la actual situación de exclusión de una parte de los navarros y navarras.

Esa recuperación de la navarridad a la que nos referimos no debería limitarse a aspectos meramente simbólicos como la exhibición de la bandera de Navarra en actos culturales y políticos del abertzalismo navarro (una bandera, por otro lado, convenientemente modificada para evidenciar el rechazo de la oficial, todavía contemplada como un símbolo españolista). Sin despreciar para nada el valor de los símbolos, el verdadero cambio de perspectiva requeriría situar a la Navarra real en el centro del discurso y de la acción, sin renuncias, sin dejar de trabajar por esa o esas Navarras imaginadas y deseadas, pero entendiendo que habrá ocasiones en que lo más conveniente para los intereses de nuestra comunidad seguirá caminos diferentes de los de la Comunidad Autónoma Vasca.

La realidad sociológica y política de Navarra exige esfuerzos importantes a la hora de tender puentes y buscar puntos de encuentro entre diferentes. Ese es el reto que la ciudadanía navarra ha lanzado en las últimas elecciones forales, y en él el abertzalismo y el vasquismo navarros tienen mucho que aportar desde la voluntad de confluir y de construir desde la diversidad. Es necesario aceptar la pluralidad de Navarra y su especificidad dentro de Euskalherria como punto de partida. Mientras la respuesta a nuestros problemas siga centrada en dinámicas ajenas a Navarra y mientras se busque la solución en el alejamiento entre diferentes y la concentración de los abertzales y vasquistas frente a los que no lo son, el cambio en nuestra comunidad no será posible.

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Es un lugar común en todos los análisis que uno lee sobre la situación actual el dar por hecho que Zapatero pactará con el PNV los próximos presupuestos a cambio de transferencias para Euskadi. Soy de los que opina que una negociación presupuestaria no es el lugar adecuado para cambiar cromos sobre competencias autonómicas por dignidad, en primer lugar, pero también por sentido práctico, por cómo contemplan ese mercadeo desde España y la imagen negativa que arroja sobre los llamados “nacionalismos periféricos”. Es triste tener que recurrir a una negociación presupuestaria para lograr que se aplique la Ley y que competencias que territorios como Euskadi deberían ejercitar desde hace 30 años sean por fin una realidad. Pero es más triste todavía comprobar que es imposible explicarle eso a una persona de fuera de Euskadi sin que piense que no eres sino un pedigüeño y un aprovechado o simplemente un “nacionalista de mierda”.

Es bastante frecuente escuchar a ciertas personas criticar las propuestas de reforma de los regímenes autonómicos en el estado español y cantar las alabanzas de la época de la transición a la democracia, cuando todo se hacía por un amplio consenso y gracias al acuerdo y buena voluntad de todos. Normalmente ese argumento se emplea para criticar a esos nacionalismos insaciables que no hacen otra cosa que pedir nuevas transferencias y mayores cotas de autogobierno aprovechando cualquier resquicio y cualquier momento de debilidad por parte del gobierno de turno en Madrid. Pero lo que no ven o no quieren ver esas mismas personas es que ha habido un histórico incumplimiento de ese supuesto espíritu de la transición que distinguía entre regiones y nacionalidades no cuantitativamente, por la cantidad de competencias que cada cual pudiera llegar a tener, sino, cualitativamente, por lo diferente de su conciencia identitaria e incluso por el distinto origen de sus competencias (como es el caso de Navarra y Euskadi, con sus derehos históricos y sus regímenes forales). Tampoco quieren ver esas mismas personas que tanto ensalzan la transición y la Constitución de 1978 que esa misma norma contiene artículos, como el 150.2 que permite a un Gobierno transferir competencias a una determinada Comunidad aunque en un principio dichas competencias se considerasen como exclusivas del Estado. Es perfectamente constitucional la superación del techo autonómico y aquel pacto constitucional de 1978 así quiso reconocerlo.

El problema es que los llamamientos al espíritu de la Constitución de 1978 o al consenso constitucional en realidad suelen ocultar argumentos, ideas y opiniones no tan constitucionales y democráticos. Lo que subyace bajo esa argumentación no es otra cosa que un nacionalismo español que considera que lo que hay es ya demasiado “ceder” a unas “regiones de España” que debieran estar agradecidas; un nacionalismo español que considera impensable cumplir lo que la propia Ley dice (no ya el espíritu sino la letra misma de los Estatutos de autonomía ha sido incumplida por gobiernos tanto del PP como del PSOE); un nacionalismo, en definitiva, que niega el carácter abierto, dinámico y cambiante de las identidades y de las relaciones entre esas nacionalidades (naciones para muchos de nosotros y cada vez para más personas) y el Estado. Un nacionalismo que no pone objeciones mientras las cosas vayan según lo que a ellos les interesa, pero que se rasga las vestiduras cuando alguien se sale de su guión y que no tiene problema alguno a la hora de cuestionar  y poner en duda la legitimidad de decisiones mayoritarias fruto de un pacto político como ha ocurrido con el Estatut de Catalunya.

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Este próximo mes de agosto el Amejoramiento del Fuero navarro cumplirá 28 años. Tal vez para celebrarlo o tal vez por pura necesidad, el Gobierno de Navarra ha impulsado una reforma pequeña, breve y concisa, como corresponde —pensarán ellos— a la más amplia y más antigua autonomía de España.

Lo importante en este caso no es el qué, sino el cómo de la reforma, ya que nos muestra el verdadero rostro del navarrismo. El procedimiento llevado a cabo para la presente reforma, ya en pleno siglo XXI, ha seguido las mismas pautas, rancias y obsoletas, de hace 20 años.

Ahora, como entonces, se ha vetado la participación de un importante sector de la sociedad en las negociaciones. A principios de los años 80 el consenso alcanzado por UCD, PSOE, UPN y EKA dejó fuera de la comisión negociadora navarra a todos aquellos que no comulgaran con la versión oficial de Navarra (a quienes no compartieran la idea de Navarra consensuada por ellos, según la versión pública). A quien se excluyó realmente fue al nacionalismo vasco y, aprovechando el asunto FASA para resolver problemas internos en la UCD navarra) a Jaime Ignacio del Burgo.

En este año 2010, quienes se han sentido excluidos de la negociación representan a un abanico más amplio de sensibilidades políticas: NaBai, IUN, CDN y PP (donde, caprichos del destino, milita hoy en día Jaime Ignacio del Burgo).

El Gobierno de Navarra, sobre todo si es de UPN, se ve a sí mismo como único intérprete cualificado de la navarridad. El proceso de negociación de la reforma del Amejoramiento no era, según ha explicado García Adanero, el lugar ni el momento apropiados para que se manifestaran los partidos políticos. Estos podrán intervenir en la aprobación (por vía de lectura única) en las Cortes Generales y en el Parlamento de Navarra, dando un sí o un no a lo ya cocinado por otros.

Pero las similitudes del proceso actual con el que se siguió hace 20 años no acaban aquí. Hoy también el Amejoramiento (en este caso la reforma) se aprobará en las Cortes Generales en lectura única tratando de simular ese supuesto pacto sellado entre Navarra y España en 1841, un pacto de naturaleza —según afirman— jurídica, refrendado por la institución en que reside la soberanía popular (las Cortes) como mero formalismo, ya que el Pacto, el de verdad, se habría llevado a cabo entre los verdaderos sujetos históricos: Navarra y España, no el pueblo navarro y el pueblo español o la ciudadanía navarra y la ciudadanía española.

Hoy, como hace 28 años, el navarrismo (donde ya por entonces se había instalado el socialismo navarro) ha escenificado cuál es LA IDENTIDAD de Navarra y quiénes son sus intérpretes, obviando y marginando a quienes piensan diferente y, por si acaso, también a quienes piensan parecido.

El bien de Navarra debe prevalecer incluso contra el criterio de los navarros y navarras. Para evitar que éstos puedan equivocarse el Oráculo foral (el Gobierno de Navarra) debe permanecer a salvo, lejos del nacionalismo vasco. Ésta, y no la libertad, ha sido siempre y desde siempre la regla básica de todo buen navarrista. El respeto a la voluntad de los navarros se puede sacrificar cuando de lo que se habla es del ser de Navarra.

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Todos sabemos que Francisco Franco murió en la cama siendo un ancianito que había dirigido con mano dura una dictadura durante casi 40 años. Cuando hojeo las memorias de algunas personalidades de los años de la transición o cuando leo algunas declaraciones o entrevistas de políticos de los años 70 y 80 hay ocasiones en que se me escapa una sonrisa al ver lo convencidos que algunos se muestran de su compromiso con la lucha antifranquista y de sus ideales democráticos. Es lo que tiene la memoria, que elige lo que quiere recordar y, consciente o inconscientemente, justifica lo hecho en el pasado con argumentos del presente, de modo que la trayectoria de cada uno de nosotros siempre es coherente a nuestros ojos.

La oposición al franquismo no fue tan significativa como puede parecer de la lectura de estas memorias. Se redujo a unos pocos grupos de la izquierda y los nacionalismos, que sufrieron con dureza la represión franquista. No fueron pocos los que compartieron los fines y los medios del franquismo y no son pocos los que hoy en día siguen justificando no solo el alzamiento militar contra la República, sino los casi 40 años de represión y de dictadura.

Desde 1999, año en que se cumplió el 60 aniversario del final de la Guerra Civil, varias organizaciones han venido trabajando cada vez con mayor eco mediático y social por la recuperación de la memoria de los perdedores de la guerra. Parecía que su labor podía lograr que por fin, 30 años después de la muerte de Franco, se abordara uno de los temas que quedaron pendientes en la Transición. Del mismo modo que el franquismo dejó sin resolver algunos de los principales problemas y debates de la República, la Transición cerró en falso, con un pacto de silencio, la herida abierta en el país por la represión franquista no solo durante la guerra, sino también por la llevada a cabo en los años inmediatamente anteriores (y posteriores) a la muerte del dictador.

El intento de recuperar la memoria de los represaliados por el franquismo ha movilizado a personas encuadradas en grupos de la extrema derecha, como Falange y Tradición, que han atacado monumentos alzados en recuerdo de las víctimas y han amenazado a cargos públicos navarros.

Hace escasos días, conocíamos la noticia de que el Tribunal Supremo había admitido a trámite una querella de Falange Española de las JONS contra el juez de la Audiencia Nacional Baltasar Garzón por la decisión de éste de declararse competente para investigar las desapariciones durante la Guerra Civil y el franquismo. La impunidad de organizaciones de extrema derecha que participaron directamente en el régimen franquista y en la violencia de los primeros años de la transición a la democracia nos ha conducido a una especie de mundo al revés, en el que el acusado se convierte en acusador y el juez en juzgado.

Algo ocurre en un país cuando organizaciones que nacieron ensalzando el papel de la violencia política, que participaron activamente en la dictadura y en la represión franquistas, que hicieron lo que hicieron durante los primeros años de la transición y que amenazan y actúan hoy en día como lo están haciendo pueden seguir actuando en política como si nada hubiera ocurrido.

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conde_rodeznoHoy hemos tenido noticia de la sentencia del TAN en que se desestiman los recursos interpuestos por tres fuerzas políticas contra la decisión de la alcaldesa de Pamplona de llamar Plaza Conde de Rodezno a la Plaza del Conde de Rodezno. En marzo de 2009 NaBai, PSN y los ediles no adscritos elegidos por ANV votaron a favor del cambio de nombre de la Plaza de Pamplona que homenajeaba a Tomás Domínguez Arévalo. Ante esta situación, Yolanda Barcina decidió ese pequeño cambio de nombre argumentando que la plaza recordaría en adelante no a un conde en particular, sino al título nobiliario en general. Este argumento ha sido refrendado, por tanto, por el Tribunal Administrativo de Navarra.

El Tribunal no ha considerado que se trate de un fraude de Ley y la jugada le ha salido “bien” a la señora Barcina. Puedo imaginarme perfectamente la sonrisa de algunos al pensar en lo ocurrido y hasta la risa socarrona de otros, acompañada por algún chiste sobre los rojos durante la guerra. Podríamos considerar que se trata de una cuestión anecdótica. Sin embargo, se trata de algo que tiene un fondo más que preocupante.

La triquiñuela es en realidad una típica alcaldada que dice mucho del respeto que ella parece sentir por la opinión de los demás, incluso cuando es una opinión mayoritaria. De todos es conocido lo poco que le gusta que le lleven la contraria, incluso dentro de sus propias filas (la decisión de cuándo y cómo expulsar a Cristina Sanz del grupo municipal de UPN frente a las declaraciones de sus compañeros de partido es otro ejemplo reciente).

Pero en el caso de la denominación de la plaza Conde de Rodezno, más allá de una decisión que podría interpretarse como una afirmación de autoridad, lo preocupante de la cuestión es que el gesto en sí simboliza a la perfección precisamente lo que la mayoría del Ayuntamiento quiso eliminar del callejero pamplonés: el autoritarismo de un régimen recordado y homenajeado en la figura de uno de sus ministros. Aunque puedan argumentarse cuestiones competenciales o de otra índole la decisión de la alcaldesa es un tic autoritario y va contra el sentir mayoritario de la población de Pamplona, expresada en el Pleno de la Corporación.

No quiero repetir lo que en su momento ya dije sobre la cuestión de la memoria histórica o sobre la diferencia que existe entre la historia y la memoria. Sin embargo, considero que es más que preocupante esa suerte de franquismo vergonzante que se puede vislumbrar tras algunas decisiones de formaciones políticas que pretenden dar lecciones de democracia. Desde que a finales del siglo XX se comenzara a hablar sobre la recuperación de la memoria de los perdedores de la guerra civil y sobre la manera de resarcir a los represaliados durante la guerra y la dictadura franquista, ha habido varias ocasiones en que este debate ha llegado a las instituciones. En todos los casos UPN ha evitado apoyar acciones o textos que condenaran la dictadura del general Franco, absteniéndose o negándose a participar en la votación. En algunos casos incluso se ha llegado a poner como excusa la violencia terrorista.

La plaza seguirá llamándose Plaza Conde de Rodezno. Oficialmente será un recuerdo al título nobiliario y no a Tomás Domínguez Arévalo, aunque en todos nosotros la denominación siga simbolizando y representando lo mismo que hasta ahora. Formalmente se habrán cubierto los requisitos legales y habrá que respetar la decisión del Tribunal, pero en el fondo no se trata sino de una burla con unos tintes autoritarios que lo dicen todo.

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20090804_1512_nuevoComo ocurriera hace un siglo, la cercanía del año 12 mueve los resortes identitarios de Navarra y hace que unos y otros se posicionen ante tan señalada fecha. Hace cien años el centenario celebrado no fue el de 1512, sino en el 1212, la batalla de Las Navas de Tolosa. La Comisión de Monumentos Históricos de Navarra, encabezada por los euskaros Campión, Olóriz y Altadill, quiso rememorar 1212 quién sabe si como forma de diluir el recuerdo de un 1512 no tan memorable para el Viejo Reino.

Los preparativos para el centenario, al igual que hace un siglo, se han iniciado unos años antes y por las manifestaciones de algunos parece como si en el 2012 se fuese a producir una alineación de astros que nos abocase irremediablemente al desenlace final de una profecía milenaria al estilo de las mejores novelas de fantasía. Soy un gran seguidor de escritores como Margaret Weis, Tracy Hickman, George R. R. Martin, David Eddings…, siento una gran pasión por la historia y me interesa sobremanera el debate identitario que vivimos en Navarra, pero creo que cada una de esas aficiones hay que vivirla por separado, sin mezclar unas cosas con otras. Y digo esto porque creo que resulta especialmente preocupante que haya todavía quienes a estas alturas busquen y, lo que es peor, encuentren en la Historia (o mejor dicho en sus historias) profecías y destinos preestablecidos que den respuesta a lo que somos y lo que seremos en el futuro.

Más allá del debate historiográfico, existe en nuestra tierra un debate político sobre el significado de 1512. Para algunos es el momento de la feliz incorporación de Navarra a España, cumpliendo el destino hispánico de Navarra que se va manifestando a lo largo de la Historia en los momentos especialmente dramáticos: lo hizo en 1212 en la gran empresa española de la reconquista, lo hizo en 1512, uniéndose al proyecto de unión nacional de los Reyes Católicos y lo hizo también en 1936 y cada vez que fue necesario. Es la interpretación que hicieron en su momento Víctor Pradera, Eladio Esparza y otros y que hoy es defendida por el navarrismo.

Por contra, hay quienes creen que existe un destino vasco de Navarra que también se ha ido manifestando como una resistencia a los intentos españoles por someter a Navarra: lo hizo en Amaiur y Noáin, frente a la invasión castellana, lo hizo en las carlistadas ya en el siglo XIX y lo hace incluso hoy en día frente a las diferentes fuerzas de la imposición española… Es el discurso tradicional de HB y la izquierda abertzale oficial y que hoy en día es defendido, con la idea del Estado vasco en Europa, por Nabarralde.

Ambos comparten un mismo principio: existe un destino prefijado para Navarra, manifestado a lo largo de los tiempos y ajeno a la voluntad de los navarros, ya que en ningún momento se les ha preguntado su opinión al respecto. En ambos casos, la pregunta acerca de qué queremos ser en el futuro se dirige no a los ciudadanos de hoy sino a lo que, desde planteamientos y preguntas del presente, tal vez pudo significar lo que otros hicieron en el pasado. Somos, como ya he dicho en otro lugar, esclavos de la historia, pues es ella (a través de maestres, magos y adivinos, ya que ¿quién de ellos puede llamarse a sí mismo historiador sin sonrojarse?) la que nos dice qué debemos ser y qué debemos hacer.

Navarra necesita un nuevo discurso que dé respuestas a los problemas del presente y del futuro y está claro que las claves del mañana no las vamos a encontrar en el ayer, sino en nosotros mismos y en quienes viven con nosotros. 1512 pudo significar muchas cosas y la mayor parte de ellas tienen poco que ver con lo que hoy, en el debate político, se pueda decir. Pero es que, además, lo que ocurriera o dejara de ocurrir hace 500 años no tiene por qué obligarnos a nada. Es bueno conocer la historia, pero no lo es someterse a ella. Ese espíritu de rebeldía frente al peso de la historia, frente a un pasado que nos obliga debería estar presente en ese nuevo discurso tan necesario en Navarra. ¿Se animará NaBai a liderar esa nueva Navarra?

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20090629_PSNTras la muerte de Franco y con la llegada de la transición a la democracia, en Navarra como en otros lugares se comenzó a hablar sobre el problema de la identidad y sobre la manera en que quedaría Navarra en el marco de la nueva España de las autonomías. El socialismo navarro, entonces en el Partido Socialista de Euskadi, llegó a un acuerdo con el PNV y otras fuerzas como ESEI en torno a la cuestión autonómica.

Al margen de la formulación concreta de los acuerdos (lista conjunta al Senado en las elecciones de 1977 con Manuel de Irujo a la cabeza, acuerdo autonómico…), lo que resulta realmente importante es que los socialistas, fruto de la convivencia en el exilio con fuerzas nacionalistas y de izquierdas, perseguidas por el franquismo, creyeron que ese era su espacio político natural a la hora de llegar a acuerdos.

Los dos años siguientes fueron claves para la configuración de un nuevo espacio político navarro. Por un lado, fruto del desacuerdo sobre el consenso alcanzado por UCD, PSOE y PNV acerca de la inclusión de la Disposición Transitoria Cuarta en la Constitución, en 1978 nació UPN, recogiendo el sector político más tradicionalista, agrupado hasta entonces en torno a Alianza Foral Navarra. UPN se haría con el espacio y el discurso dejado por la saliente Diputación Foral de Navarra de Amadeo Marco, democratizada en las elecciones de abril de 1979. Por otro lado, el socialismo navarro inició en 1978 y 1979 un giro hacia posiciones bien distintas de las defendidas hasta ese momento llegando al consenso en torno al Amejoramiento del Fuero y, poco después, acordando con UPN y UCD la retirada de la ikurriña del balcón de los ayuntamientos navarros. El giro concluiría con el nacimiento del PSN, desligado ya del PSE.

En este giro fue importante la llegada al partido de personas como Gabriel Urralburu o Víctor Manuel Arbeloa. Sin embargo, más allá de la apuesta de unos líderes políticos, el PSN buscó ya entonces el reparto del pastel del navarrismo, patrimonio casi exclusivo de UPN gracias a la crisis cada vez más profunda de la UCD que terminaría con su desaparición a principios de los 80.

Desde finales de los 70, el PSN ha preferido apostar por el espacio político del navarrismo, alejándose de la posibilidad de acuerdos con los nacionalistas, lejos ya los años de entendimiento en el exilio. Cuando en el PSN estallaron los casos de corrupción que todos recordamos y llegaron los años de retroceso elección tras elección, el PSN decidió seguirle el juego a UPN con acuerdos presupuestarios hasta que los regionalistas lograron la mayoría absoluta. El PSN, en su apuesta por el navarrismo y el voto de centro se había convertido en una mala copia de UPN y el electorado de izquierdas y republicano, importante en muchos lugares de la Ribera, no logró entender que el partido de sus padres y abuelos estuviera apoyando a quienes ellos veían como los representantes de los vencedores en la guerra civil.

En las elecciones de 2007 pareció que había llegado nuevamente el momento del entendimiento entre socialistas y nacionalistas, recomponiendo aquel primer pacto de la transición en Navarra, pero PSN y PSOE no se atrevieron y prefirieron volver a apoyar a UPN, excusándose en la supuesta excepcionalidad navarra, aquello que algunos llaman “cuestión de Estado” y que visto lo ocurrido casi pudieran llegar a tener razón.

Sin embargo, el dilema del PSN no ha concluido y es que no tiene fácil solución. Se ha hablado mucho de las dos almas del PNV, pero bien podría afirmarse algo parecido del PSN (más escorado en este caso hacia su alma navarrista, bien es cierto).

Parece que el socialismo navarro estaba convencido de que jugando la carta de la gobernabilidad y forzando la ruptura de UPN y PP se les ponía en bandeja el papel de primera fuerza en Navarra en las elecciones europeas del 7-J. El resultado ha supuesto un duro golpe para un PSN que sigue perdiendo espacio político y que ve cómo se acercan las elecciones forales de 2011 en una posición de debilidad y teniéndose que enfrentar a una candidata regionalista, Yolanda Barcina, con un importante tirón electoral y más partidaria de llegar a acuerdos con el PPN que con el PSN.

El PSN no resulta un partido creíble en Navarra y no son pocos los que, tras votar PSOE en las generales, eligen otras opciones en las forales: NaBai quienes están cansados de tantos años de gobierno del rancio nacionalismo español y del antivasquismo de los regionalistas, y UPN quienes no se fían de lo que pueda hacer el PSN en su nerviosismo y urgencia por volver a gobernar con el liderazgo de personas de escaso curriculum, por así decir. El ridículo que están haciendo en Pamplona con la amenaza de reprobación a la alcaldesa lo único que está consiguiendo es reforzar la imagen de Yolanda Barcina y demostrar la falta de discurso propio de los socialistas.

Una cosa está clara: el PSN tiene poco que hacer mientras siga por la senda de la colaboración con UPN. Los resultados electorales son más que evidentes. Todos nos hemos dado cuenta, salvo el PSN, al parecer.

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20090505_esclavos_historiaEn Euskal Herria, tradicionalmente, historia y política han ido de la mano. Basta con repasar someramente la hemeroteca o los libros de actas parlamentarios para darse cuenta de la gran presencia de la historia en los discursos políticos. Se trata de algo frecuente en comunidades políticas donde existe una polémica en torno a la identidad, pero tal vez sea especialmente intenso en nuestro caso.

Es más que evidente que en Navarra existen propuestas políticas que defienden al menos dos marcos políticos y jurídicos diferentes. Existe un navarrismo (con v) que defiende la españolidad de Navarra desde la afirmación de una identidad propia, regional, foral, como si esa identidad no fuera sino la plasmación en lo local de una identidad superior, la ESPAÑOLA. Lo foral, lo navarro, conduce irremediablemente a lo español. Ese navarrismo, que no es sino un tipo de nacionalismo español, ha interpretado tradicionalmente la historia de Navarra como un línea nítida donde todo se explica a partir del presente. Como si se tratara de un plan casi divino Navarra se va conformando a lo largo de la Historia, desde el principio de los tiempos, fiel a su esencia, a lo que es. Capitalizada y rentabilizada con maestría por UPN, esta idea de Navarra es compartida con mayor o menor intensidad, dependiendo no siempre de razones ideológicas, sino también políticas y electorales, por otras fuerzas del arco parlamentario navarro (CDN y PSN), a pesar de algunos leves esfuerzos por distanciarse de un discurso que en ocasiones pone en serios aprietos a partidos que pretenden tener una mayor coherencia democrática.

Este navarrismo ha vivido enfrentado a otro nabarrismo (esta vez con b) que ha elaborado un discurso en torno a la identidad de Navarra basado en los mismos principios, pero para defender lo contrario. Es decir, una identidad propia, regional, foral, como si esa identidad no fuera sino la plasmación en lo local de una identidad superior, la VASCA. Así pues, lo foral, lo navarro, conduce irremediablemente a lo vasco. Este discurso es el defendido por el PNV desde sus orígenes (y que todavía hoy convive en el partido con otro nacionalismo mucho más cívico), por HB (y Euskal Herritarrok, EHAK, ANV…) y por Nabarralde con una curiosa variante: no es que el navarro sea vasco, sino que el vasco es navarro (aunque igual no lo sabe). De este modo, afirmando que Navarra fue el Estado vasco en la Europa medieval y moderna (una quimera del mismo estilo que la defendida por los navarristas para lo contrario), algunos creen dar mayor fuerza a reclamaciones actuales de soberanía e independencia.

La reciente ruptura del pacto entre UPN y el PP ha introducido una “nueva” voz en el escenario político navarro, la del PP, y se ha oído algún tímido comentario acerca de la españolidad de Navarra como descentralización administrativa del sujeto político español. Los fueros en este caso no serían sino un privilegio a eliminar, un agravio que rompe el principio de la solidaridad. Difícil camino el del PP si esta línea se consolida (pregúntenselo si no al centralismo falangista durante el franquismo).

Navarrismo y nabarrismo comparten un mismo rasgo común: ambos son esclavos de la Historia, de lo que supuestamente fuimos en el pasado, y ambos adolecen de un verdadero espíritu democrático. Navarra es para ellos lo que debe ser, lo que la Historia le dice que sea, no lo que sus ciudadanos quieren ser. La ciudadanía navarra poco o nada puede opinar al respecto. Cada cual se ve a sí mismo en posesión de “LA VERDAD” y el otro está, necesariamente, equivocado. En los últimos años, especialmente con la aparición de Aralar, han surgido voces que pueden renovar las bases del discurso de la identidad navarra. La crítica al navarrismo no puede hacerse, como hace Nabarralde, cayendo en los mismos errores. Esa batalla es falsa, equivocada y, además, está perdida. Hay que llenar de realidad la tan repetida y vacía frase que afirma que “Navarra será lo que los navarros decidan”.

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psoe

Recuerdo todavía con gran viveza la sensación de alivio incluso físico, como si me hubieran quitado un peso de encima, el día de la derrota de Aznar en las elecciones de marzo del año 2004. No sé cómo se habría sentido ese día en otros lugares del Estado, pero esa sensación de haber abierto las ventanas en una habitación cargada de un ambiente opresivo y gris se vivió con fuerza en la CAV y Navarra y no creo equivocarme al afirmar que también, al menos, en Cataluña y Galicia.

Con la derrota de Aznar se ponía fin a un período de gobierno en mayoría absoluta de un ultra nacionalismo español que acosó a cualquiera que tuviera y se atreviera a defender una imagen de España distinta a la enarbolada como un arma por el centralismo aznarista. La presión a la que se sometió al nacionalismo vasco fue tal que a muchos les recordó tiempos pasados que creían olvidados para siempre.

Algo de esto debió ocurrir más allá de apreciaciones personales y subjetivas. El primer Gobierno Zapatero planteó importantes reformas constitucionales y estatutarias para actualizar la España de las Autonomías a las nuevas necesidades del siglo XXI, reforzando el papel de las regiones y de las nacionalidades, de las que incluso se llegó a hablar como naciones. El centralismo y ultra nacionalismo español defendido por el PP no solo había conseguido dejar aislado al partido liderado ya por Mariano Rajoy, sino que además había logrado “manchar” y “contaminar” la defensa de un centralismo español (entendido por el PP de Aznar como una lucha contra los nacionalismos periféricos) como lo hiciera años atrás el franquismo (que contaminó e hizo políticamente incorrectas durante décadas muchas de las señas de identidad del nacionalismo español).

Ese intento de una segunda transición (imagen lanzada por Aznar y de la que se apropió Zapatero dándole un sentido claramente distinto) tuvo un coste político importante para el PSOE que no supo aguantar la presión de la dura oposición del PP y comenzó un giro al centro, alejándose del entendimiento con las fuerzas nacionalistas, ya fuese en el gobierno de Madrid o en las distintas comunidades autónomas. El discurso del PSOE, más motivado por rendimientos electorales que por una convicción sólida acerca de la idea de España y de su relación con las naciones vasca, catalana y gallega, no resistió el envite del nacionalismo español fácil, simplón y populista esgrimido por el PP y resumido en la frase de “España se rompe” (ya saben, España, antes roja que rota).

El caso de Navarra es una clara muestra de ello. Desoyendo la clara voluntad de cambio manifestada en las urnas el 27 de mayo de 2007 en los comicios de mayor participación de la historia de la democracia en Navarra, el PSN, obligado por el PSOE, decidió mantener a UPN en el gobierno foral. La apuesta por defender identidades plurales, la necesidad de airear el cargado ambiente foral, todo quedaba en un segundo plano ante el coste electoral de un posible pacto del PSN con el nacionalismo vasco en Navarra.

Tras la segunda victoria de Zapatero en 2008 las reformas constitucionales y estatutarias pasaron a dormir el sueño de los justos. Al margen de las dificultades generadas por la crisis económica, los resultados de las elecciones gallegas y vascas y la gestión posterior de esas dos derrotas electorales han reducido el margen de maniobra de un PSOE que no hace sino perder apoyos parlamentarios. El Gobierno de Zapatero ha conseguido un récord en su gestión política, pasando de contar con el apoyo o el voto de confianza de todos (menos el PP) a estar prácticamente aislado.

La crisis de Gobierno ha sido un paso más en ese viaje al centro (geográfico y no político en este caso) del PSOE al nombrar a Manuel Chaves Vicepresidente Tercero y Ministro de Política Territorial y encargarle la coordinación autonómica para lograr una mayor cohesión de las regiones de España. Abandonada la segunda transición, habrá que ver si el PSOE no se encamina hacia una segunda LOAPA coordinada por la Vicepresidencia Tercera del Gobierno y con las nacionalidades históricas controladas por primera vez en la historia por partidos de obediencia central.

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