Hace unos días se ha celebrado en Pamplona una jornada sobre la tortura. No asistí pero he escuchado a algunos ponentes por Internet y produce escalofrío conocer de mano de expertos y de personas que han sufrido la tortura en sus carnes una realidad que sucede aquí y no solo a miles de kilómetros. Puede que ocurra en nuestra ciudad y que conozcamos a alguien que ha pasado por ese trance.
Amnistía Internacional ha denunciado una situación que la mayoría parlamentaria de Navarra no quiere escuchar. Existen sentencias que condenan a policías, algunas avaladas por el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo. El colectivo Torturaren Aurkako Taldea ha elaborado un decálogo de medidas para acabar con la tortura que se ha presentado en el Parlamento de Navarra y muchos ayuntamientos navarros para su discusión y partidos como UPN, PSN, CDN e IUN han votado en contra o se han abstenido. Resulta que la aplicación de esas medidas acabaría de una parte con la práctica de la tortura ya que al estar implantado un sistema de video-vigilancia impediría las malas prácticas y de otra parte acabaría con las posibles falsas acusaciones que por parte del Gobierno se dice que es una estrategia de desgaste.
Hace poco presencié un debate entre un político de UPN y otro de la izquierda abertzale sobre este tema. Uno defendía que no eran necesarias esas medidas porque cree a la policía y no al detenido. El otro defendía las medidas porque cree que se tortura sistemáticamente. Los dos basaron sus argumentos en la creencia y la propuesta del colectivo TAT parecía más un pretexto que una razón de peso. Me sorprendió que apenas se hablara de que en un estado de derecho es fundamental establecer garantías, no creencias. Y todas las medidas del TAT van en la línea de establecer garantías. Porque si hasta en el país más garantista del mundo se pueden producir abusos no digamos lo fácil que puede darse en el Estado Español con leyes de excepción como la incomunicación del detenido.
Yendo más allá en el análisis de este tema, aún a riesgo de ser acusado de justificar al poder, hay varias cuestiones que llaman la atención y que se deben afrontar con sinceridad y honradez y no desde el prejuicio o como tinta de calamar para esquivar situaciones incómodas:
– ¿cómo una persona con un mínimo de sensibilidad hacia los derechos humanos es capaz de apoyar que no existan medidas de control para evitar que personas detenidas puedan ser torturadas?
– ¿cómo una persona que denuncia torturas es capaz de guardar silencio o incluso justificar los asesinatos de ETA?
– ¿la sociedad es insensible ante la tortura o la saturación ante la violencia de ETA ha llevado a un inmovilismo social ante esta lacra?
Es posible que mucha gente perciba que más que un interés real de acabar con la tortura lo que con este debate se pretendan eludir responsabilidades propias, lo cual puede traer como consecuencia un no querer entrar en el fondo de la cuestión. Y este es que por muy terribles que sean los crímenes cometidos nada justifica la tortura. El terrorismo debe ser perseguido y las personas detenidas deben tener garantizados todos sus derechos y si existen pruebas deben ser juzgados y si queda demostrada su culpabilidad condenados. Y hasta entonces todas las personas son inocentes.
Los atajos no suelen dar resultado y a la larga se vuelven en contra de quien los justifica. El asesinato y la tortura son atajos y aunque el primero es abominable porque no tiene vuelta de hoja, la segunda es injustificable: si permitimos que se pueda justificar la tortura como medio para acabar con el terrorismo estamos dando la razón a quien cree que el fin justifica los medios. Y eso es contrario a la democracia